I. LA VIRGEN DE LA PEREGRINA
PRIMER DÍA DE LAS FIESTAS DE LA PEREGRINA.
SÁBADO
Era la noche del segundo sábado del mes de agosto. Desde el pazo de Mugartegui se daba el banderazo de salida a nueve días de fiesta, de charangas, festivales, teatro, conciertos, de batallas de las flores y fuegos artificiales desde As Corbaceiras.
Nueve días de verbena en la Semana Grande de las fiestas de la Peregrina de Pontevedra.
Todo estaba programado: las atracciones en la alameda, los puestos de chuches, las barracas y sobre todo las múltiples actividades de ocio que se mezclaban con otras de ámbito religioso y deportivo.
Al día siguiente, el segundo domingo de agosto, la Peregrina saldría en procesión como cada año, vestida de gala, con el traje de oro y marfil bordado por las monjas clarisas de Lugo. O quizá no.
Paola Gómez, comisaria de la brigada criminalística con base en A Coruña, descansaba plácidamente cuando los acordes del Sweet child o´mine hicieron que su corazón estuviera a punto de explotar. Al otro lado, una voz de mujer familiar y querida. No era otra que María Vietto, su jefa.
—Perdona que te moleste, Paola.
La comisaria miró hacia la oscuridad de su techo y suspiró fuerte, muy fuerte. María siguió hablando.
14/ La virgen de la peregrina
—Tengo un mensaje de Palau, lo ha mandado por Skype, échale un ojo, os vais para Pontevedra.
Paola, aún con la voz de camionero propia de la madrugada, contestó.
—¿Y ese cabrón no me podía haber llamado él? ¿Por qué tiene que mandar emisarios?
—La cadena de mando, ya lo conoces, además no está en España, sino en una reunión internacional.
Paola volvió a suspirar.
—Si se gastaran la pasta en lo que se la tienen que gastar… —Hizo una breve pausa y continuó—. Bueno, ¿me vas a contar de qué se trata antes de ver ese vídeo porno?
María rio, hasta con la mala leche nocturna, Paola se hacía querer.
—Esta noche han dado el pistoletazo de salida de las fiestas de la Peregrina en Pontevedra.
—Joder, no sabes cuánto me alegro…
—Mañana la Virgen de la Peregrina debería salir en procesión por única vez en el año, pero… —Pero ¿qué?
—Pues no está, alguien se la ha llevado, así que por primera vez desde el siglo XIX no habrá procesión.
—Entiendo que eso para la comunidad religiosa será un contratiempo, pero no sé qué pinto yo en todo esto.
—Bueno, la Peregrina, mi querida comisaria, va mucho más allá de lo que es una celebración religiosa, son nueve días de fiestas que se celebran por todo lo alto, así que es más un problema social que religioso.
—Vale, me parece bien, pasa de entorno religioso y se sitúa en el corazón del pueblo, pero yo sigo preguntando, ¿qué coño pinto yo en todo esto?, ¿o mi equipo?
—No pintarías mucho si el secuestrador de vírgenes no te hubiese dejado un mensaje.
Paola se incorporó de la cama y buscó a tientas las zapatillas, aquello empezaba a complicarse.
—¿Un mensaje para mí? —Encendió la luz y a punto estuvo de quedarse ciega.
—Para Paola Gómez, alias la comisaria. Tendrás que ir allí a verlo porque creo que ni Palau sabe exactamente el contenido.
—Joder, María, pero ¿qué les ha dado conmigo?
—Antes mandarían cartas a Lo que necesitas es amor, o Quién sabe dónde, ahora la moda es mandártelas a ti, das mucho juego.
Paola rio pensando cuánta razón tenía la condenada.
—¿A quién me llevo?
—En principio vamos todos menos Alba, que nos guiará desde aquí, Rafa, que está de vacaciones y Marina, que se quedará para ayudar a Alba con la documentación. El resto, o sea, Costoya, Portela, Modesto, Ana, tú y yo nos vamos para Pontevedra.
II. LA VIRGEN DEL CAMINO
SEGUNDO DÍA DE LAS FIESTAS DE LA PEREGRINA.
DOMINGO
Acabó de ver el vídeo de Palau por segunda vez mientras llegaban a la ciudad del Lérez. Conducía Modesto, acompañado por Portela. Detrás, Costoya y ella intentaban entender entre líneas aquel mensaje.
«Buenas noches, chicos. Sé que os extrañará que os envíe esto sin un cadáver de por medio, pero lo entenderéis enseguida. O mucho me equivoco o nos enfrentamos a otro loco. Ah, y Paola, sé amable con los agentes locales, que nos vamos a instalar en su casa, así, de ocupas. La chica que dirige la investigación se llama Rocío Castelo, por favor, quiero que compartáis el mando de la investigación». Hizo una pausa mientras se sentaba encima de una cama con una horrible colcha blanca, parecía que estaba en un hotel de carretera. «Supongo que no lo sabéis, pero mi madre es una fanática de la Peregrina. Sí, no me miréis con esas caras, que os conozco, mi madre era gallega y mi padre de Badalona, así es la vida. Así que todo esto me toca la fibra sensible, acostumbro a veranear en esa maravillosa ciudad, o más bien debería decir acostumbraba, porque desde que estoy en este puesto no huelo vacaciones. En fin, chicos, la fiesta de la Peregrina dura nueve días, no tenemos mucho tiempo».
La comunicación terminó de una forma abrupta.
El coche se quedó en silencio mientras Modesto intentaba aparcarlo en un hueco enano del parking más cercano al hotel.
Nadie había comentado nada tras el mensaje de Palau. El hotel Virgen del Camino estaba a escasas calles de la comisaría y a seiscientos metros del centro.
María Vietto los estaba esperando en el hall de entrada, con las llaves de las habitaciones en las manos.
—Veamos, la parejita feliz, os toca juntos.
Modesto torció la boca en señal de disconformidad con el puteo.
—Ana y menda juntas. Costoya y Paola como padre e hija —todos rieron.
—Siempre me tocan sus ronquidos, no me libro de él ni de fonda.
Costoya la cogió por el hombro y la apretó contra él.
—En el fondo me quiere, aunque no lo sabe.
—Lo sé, lo sé, pero eso no quita lo de tus ronquidos, y tus cosas raras, tú ya sabes, pero estoy conforme.
—Chicos, en diez minutos nos vemos aquí en la cafetería, tenemos que ir hasta la iglesia y ver el regalito que nos han dejado.
Entraron en la habitación. Dos camas gemelas con la misma colcha comprada en el chino y dos cojines a juego, una mesa de escritorio de madera con su mítica silla negra, un armario empotrado bastante grande y una terraza minimalista. Lo normal en un hotel de tres estrellas. Escogió la cama de la izquierda, la que daba a la ventana, no le gustaba dormir cerca de la puerta si podía escoger. Costoya se tiró en la cama.
—Venga, inspector, que tenemos que bajar.
—Solo estaba probando la cama, jefa, parece que está bastante bien.
Paola lo miró, lo necesitaba cerca, su sentido del humor, su facilidad para relativizarlo todo la ayudaban a vivir el día a día. Él se incorporó de la cama y le cogió el mentón.
—¿Has sabido algo de él?
—¿De quién, inspector?
—De quien va a ser, de tu tío, el Guardián.
Entonces, aquella conversación con María Vietto volvió a su cabeza…
—Buenos días, María, ¿no tienes cama?
—Paola, es urgente, ha pasado algo.
Se incorporó y se sentó esperando a que ella terminara la frase.
—Es el Guardián. Se ha escapado.
—¿Pero…? —Tardó en reaccionar, las palabras no le salían al estar taponadas por otro sentimiento mucho más fuerte.
—Aprovechó su primer permiso de fin de semana para escaparse. Lo teníamos vigilado, pero desapareció.
Paola se levantó y empezó a dar vueltas alrededor de la habitación mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
—A ver, ¿cómo es posible? ¿Quién dio la orden de darle un puto permiso, y a cuento de qué?
—A los tres años tenía derecho a una revisión, sus abogados jugaron sus cartas y salió, llevaba la pulsera de localización, pero apareció atada a la rama de un árbol. No sé cómo lo hizo, tuvo que contar con ayuda.
—Joder, María, no entiendo por qué nosotros no sabíamos ni que iba a salir.
—Bueno…
—No me jodas.
—Joder, Paola, no era el momento, estabais metidos en medio de una investigación, no quería desnortarte, lo siento —se hizo un silencio al otro lado de la línea.
—Debiste habérmelo dicho.
—¿Y qué hubieras hecho, Paola?
—Ir a buscarlo, estar allí cuando saliera, así no se habría escapado.
—Eso no lo sabemos.
—Ni lo sabremos nunca, pero para la próxima vez, por favor, no me ocultes información.
—Prometido. —María se sintió mal. Creía que había hecho lo correcto para la investigación.
El operativo de búsqueda de El Guardián se extendió casi dos meses sin ningún resultado, así que pasó a formar parte de la larga lista de delincuentes buscados, los míticos wanted pero en este caso mejor alive. No había noticias de su paradero.
—No sé nada de él, inspector — volvió a la realidad con los ojos llorosos.
—Quizá sea lo mejor. Otro disgusto más… —Tarde se dio cuenta de que había metido la pata. Decir aquello era recordarle a Paola lo que había ocurrido con Luis. Amor mortal. La abrazó—.
Lo siento, Paola.
Ella le sonrió, como hacía siempre.
—Bajemos, María nos está esperando y yo no aguanto más sin saber de qué van esos mensajes.
III. ROCÍO CASTELO
Antes de entrar, Paola rodeó aquel singular edificio, más si cabe por tratarse de una construcción religiosa. Su forma circular y su planta en forma de concha de vieira le llamaba la atención. Costoya la esperaba cerca de la puerta.
—Si te parece, jefa, yo echo un vistazo por fuera.
Paola hizo una visión global de la plaza y se enamoró en cuestión de segundos, era un lugar precioso. Asintió con la cabeza y entró en el santuario.
De espaldas, gesticulando y dando órdenes, estaba una chica alta, morena de pelo negro, unos vaqueros flojos y un chaleco de la policía. Se acercó a ella.
—Buenos días.
La chica la miró y le hizo una señal para que esperase mientras hablaba con uno de los agentes que se encontraban haciendo la recogida. Cuando volvió a fijarse en ella se dio cuenta de quién era y se llevó la mano a la boca. —Oh, Dios mío, disculpe, es usted… —Comisaria Paola Gómez.
Una enorme sonrisa se dibujó en la cara de su compañera.
—Rocío Castelo, comisaria también.
Aquello llamó la atención de Paola, era la primera vez desde que estaba en Galicia que encontraba a una comisaria.
—Encantada, señorita Castelo. Verá, me han llamado esta noche; la verdad es que no sé muy bien que hacemos aquí.
Rocío tenía unos ojos que no dejaban indiferente, su mirada penetrante parecía reconocer todos los sentimientos que se escondían en el interior de las personas. Paola echó la cabeza un poco atrás y la siguió de cerca.
—Venga, comisaria, debería ver algo.
Lo que observó fue un enorme hueco en el que supuso había estado la imagen de la Virgen de la Peregrina. Bajó la vista y se asustó como pocas veces lo había hecho antes. Rocío la analizaba esperando su reacción.
—Está escrito con sangre. Sangre fresca.
—Pero ¿hay algún cadáver? ¿Sabe a quién pertenece?
Rocío movía su cabeza al compás de las ondas de su precioso pelo negro en señal negativa.
—De momento solo hemos cogido una pequeña muestra para analizar, puede tratarse de algún banco de sangre, o una herida, lo que es seguro es que es humana.
Paola tenía los ojos muy abiertos, el corazón latiéndole a doscientos por hora y una sensación de frío que le recorría el cuerpo. De repente sintió una mano en su hombro y saltó despavorida.
Era la mano de Ana Fernández.
—Perdona, jefa. Solo quería decirte que ha venido el presidente de la Cofradía, no sé si quieres hablar con él o le vamos dando.
Paola intentó tranquilizarse, era la jefa y no estaban acostumbrados a verla dudar.
—Sacadle todo lo que podáis y citadlo esta tarde en la comisaría de… —miró a Rocío en busca de ayuda.
—Fernández Villaverde. A las cinco, dígale que lo vemos allí.
Ana le sonrió y volvió sobre sus pasos. Paola se situó otra vez frente a aquel hueco infinito y las cinco palabras que la habían dejado paralizada.
«Paola Gómez, es tu hora».
Esta vez no había acertijos ni mensajitos ocultos. Se trataba de una amenaza muy clara y llevaba su nombre. Rocío notó la confusión de su compañera y le puso una mano en el hombro.
—Comisaria, será mejor que vayamos fuera, ¿le parece? Nos tomamos un café y charlamos. Sus compañeros están con el cofrade y los míos están analizando la escena, creo que podemos ausentarnos un segundito.
Paola asintió, aún en estado de shock. Al pasar al lado de Costoya le dijo que la esperaran allí y que ayudaran con la inspección ocular.
Rocío la llevó a una enorme plaza.
Al salir del templo Paola observó una figura en el lado contrario en el que se situaba el Santuario de la Virgen. La comisaria Castelo sonrió.
—Es el Loro Ravachol —le dijo.
Paola la miró curiosa esperando una explicación. Rocío continuó, mientras se acercaban a la estatua.
—Se trata de un loro que llegó a la botica de un popular farmacéutico de Pontevedra en el año 1891 y se hizo conocido rápidamente por su facilidad para participar en conversaciones con los vecinos. En ocasiones avisaba a su dueño de que entraba gente en la tienda y cuando este acudía desde la trastienda y se encontraba el local vacío el Loro Ravachol exclamaba: ¡engañeiche!
Las dos rieron.
—Todo un personaje, por lo que veo -afirmó Paola.
—No lo sabe bien.
Cruzaron en diagonal y llegaron a una enorme plaza.
—Ese que ve ahí es el Convento de San Francisco. —Le señaló el monasterio a mano derecha. Esta es la Praza de la Ferrería y aquí dan el mejor café con leche del mundo.
—Creo que necesitaré algo más fuerte. —Rocío se rio.
—Estrella hay en todos lados, usted no se preocupe.
—Trátame de tú, por favor, que me haces sentir vieja.
Se sentaron en unos sofás y pidieron dos 1906. Eran las doce de la mañana, la camarera las miró sonriente, pensando en cuánto y qué bien se había modernizado el Cuerpo Nacional de Policía.
—¿Cómo te encuentras?
Paola la miró, tenía una sonrisa que te obligaba a responder siempre con palabras agradables, no hacía falta que Palau le dijera que aquella mujer tenía que continuar en la investigación.
—Mejor, muchas gracias. —Le dio un largo trago a la cerveza y volvió a mirarla—. Ahora mejor, si cabe. Cuéntame algo que no sepa de eso que acabamos de ver.
Rocío echó la vista atrás y empezó a contarle.
—Serían las cinco de la mañana cuando recibí una llamada, era el presidente de la cofradía.
—¿Él fue el primero en llegar?
—No, a él lo avisaron unos vecinos que vieron la puerta de la entrada abierta, no era lo normal. Habían estado la tarde anterior preparándolo todo para la procesión de hoy, así que pensó que en algún despiste se le habría olvidado cerrarla.
—Pero no había sido así.
—No, cuando llegó vio que la imagen de la Virgen no estaba, y estaba esa inscripción. Me llamó al momento.
—¿Tiene tu teléfono?
—Verás, yo era la que iba a llevar el estandarte de la Virgen en la procesión de esta noche.
—No entiendo.
—Es un homenaje, un honor que cada año le corresponde a una persona. Por eso ayer estuve con ellos, pero me fui antes porque había quedado. Luego al ver la llamada del cofrade… —Estabas de fiesta quieres decir.
—Sí, bueno, era el primer día de las fiestas de la Peregrina; la suerte fue que escuchara el teléfono.
—¿Y cómo se explica que en una zona como esta alguien pueda sacar la imagen de la Peregrina en plena noche sin que nadie se entere?
—No lo sé, comisaria, de todos modos, a esas horas no hay mucho ambiente por aquí. Se acercarían con un coche, más bien una furgoneta, y la cargaron.
—¿Hay cámaras?
—Sí, en la plaza, ya he pedido las imágenes.
Paola se quedó pensando mientras le daba otro trago a su cerveza.
—Dime una cosa, Rocío, ¿este es un lugar tranquilo?
—Tranquilísimo, comisaria, los problemas de una ciudad mediana, pero poco más. Esto nos supera.
—En realidad aún no ha muerto nadie.
—Espero que nunca ocurra —Rocío puso cara de susto.
—Siento defraudarte, pero soy como un imán.
Rocío había estado al tanto de sus últimas investigaciones y de la pérdida sufrida en el caso del Azabache.
—Supongo que es duro perder a gente cercana, aunque somos policías, estas cosas ocurren.
—Paola la miró sonriente, le caía bien, se parecía a ella, pero diez años más joven.
—Lo es, y en la academia nadie te enseña cómo superar algo así, a pesar de todo hay que seguir adelante. —Paola dio buena cuenta de la cerveza y, antes de que su brazo se levantara como un resorte para pedir otra, se levantó dispuesta a concluir lo que habían venido a hacer, comenzar a escribir los capítulos de aquella investigación.
IV. IAGO DOSIL
En apenas unas horas, Rocío y Paola funcionaban como un dúo. Visionaban en la mesa de la comisaria el vídeo en el que se podía ver cómo se habían llevado a la Virgen.
—Joder, qué facilidad. Sabían lo que buscaban, cómo sacarla, fueron extremadamente rápidos. —Paola estaba segura de que se trataba de una acción planificada al milímetro. Roció congeló la imagen y la acercó con el zoom todo lo que pudo.
—Llevan pasamontañas, es imposible identificarlos y la matrícula está tapada.
—Algo sabemos, son dos y usaron una furgoneta blanca.
—Es una Mercedes, un novio que tuve hace unos años tenía una igual.
Paola la observó, curiosa.
—No me mires así, era repartidor de periódicos. Bueno, de eso y de más cosas; al final me enteré de que repartía otro tipo de sustancias. Sí, tengo muy mal ojo para los hombres.
—Si yo te contara…
Rocío no pudo evitar soltar lo que pensaba:
—Bueno jefa, los tuyos son algo públicos.
Paola rio con ganas y la cogió del hombro.
—No me llames jefa, somos iguales, acepto compi, compañera, colega, lo que quieras, pero nada de jefa.
—Vale, prefiero Paola. —Miró a la puerta y vio entrar a un hombre de unos cincuenta años, le hizo un gesto con la cabeza—,
28/ La virgen de la peregrina
ese es Iago Dosil, el presidente de la Cofradía. Vamos a hablar con él.
Se levantaron. Le hizo una señal a Costoya para que las dejara a ellas. De la conversación de la mañana poco habían sacado en claro salvo su inocencia total. Según él, claro, porque para Paola todo el mundo era sospechoso.
Entraron en una sala de interrogatorios que más parecía una zona de juegos para niños. Se sentaron frente a Iago e hicieron las presentaciones. Rocío comenzó la rueda de preguntas.
—Buenas tardes, Iago. Ayer a las cuatro y diecisiete minutos de la madrugada robaron la imagen de la Virgen de la Peregrina en la iglesia. Cuéntanos cómo fueron los últimos momentos del día anterior y quién fue el último en salir de la iglesia.
—Yo mismo, Rocío. Poco después que los demás, aún estuve departiendo con el páter un buen rato antes de irnos. Me quedé la llave porque sería el primero en volver por la mañana y porque, como soy el presidente, casi siempre la tengo yo.
—¿De qué hora estamos hablando? —intervino Paola.
—Serían casi las diez. Los trabajos de preparación nos llevan mucho tiempo, aún teníamos que terminarlos esta mañana.
—Y estaba usted solo cuando se fue, no tiene testigos.
Iago miró a Rocío solicitando clemencia, pero no la obtuvo.
—Contesta, Iago.
—No, estaba yo solo; el páter se fue un rato antes, había partido y quería llegar a ver el segundo tiempo.
—¿Está seguro de que cerró esa puerta con llave?
—Segurísimo. Pero bueno, usted ya sabe, llega un momento en que dudas de todo.
Rocío le dio la vuelta al portátil y le enseñó el vídeo en el que se veía como dos encapuchados sacaban a la Virgen y la metían en una furgoneta blanca. La cara de Iago se tornó lívida.
—No fuerzan la puerta.
—Exacto, señor Dosil. Esos hombres entran como si nada, está claro que alguien les dejó abierto.
—No, señora, sé que usted no me conoce, pero Rocío sí y sabe que sería incapaz de algo así.
—Mire, señor Dosil, si estuviera en mi lugar haría lo mismo, y mientras no se demuestre lo contrario esa puerta estaba abierta. Como ve en las imágenes, solo la empujan, y para eso hay dos posibilidades, o usted la dejó abierta, o alguien fue después a abrirla.
Para eso tendremos que visionar todos los vídeos.
—La otra llave la tiene el páter. En principio no tengo constancia de que haya más.
—¿Cómo se llama ese padre?
—Nacho, el padre Ignacio. Seguramente dentro de un rato lo encontrarán en la iglesia, estará allí para explicarle a todo el mundo lo ocurrido y que desgraciadamente no habrá procesión.
Paola pensó que podía ser buena idea.
—Otra cosa, ¿hay alguien que pudiera tener motivos para atentar contra ustedes?
—No, que yo sepa, pero esta Cofradía tiene más de dos siglos de vida, es posible que en el pasado las cosas no se hicieran del todo bien, pero seguro que el páter les puede informar mejor de todo eso.
—De momento hagamos una cosa, necesito los nombres de todos los miembros de la Cofradía y de quienes tenían acceso a la llave, o al menos la tuvieron en algún momento. Luego podrá irse a casa y, por favor, no haga declaraciones a medios de comunicación ni nada parecido. Que hagan sus conjeturas, pero no quiero que ese mensaje salga de aquí.
Dosil puso cara de circunstancias.
—Eso será difícil, creo que lo sabe media ciudad.
Paola miró a Rocío, que levantó los hombros.
—Una gran ciudad, aunque pequeña para algunas cosas.
Paola le dio la mano a Dosil y se levantó, dando por terminado el interrogatorio. En una de las cornisas de la ventana vio
30/ La virgen de la peregrina
una miniatura de Papá Pitufo, le hizo mucha gracia. Se la enseñó a Rocío.
—No interrogáis a mucha gente aquí, ¿verdad? —Reía con cara de pilla.
—Pues no, la verdad, se usa más para que los niños de algunos agentes o visitantes pasen aquí un rato si es necesario. El mío pasó parte de su infancia aquí.
—¿Tienes un hijo?
—Sí, se llama Xurxo, tiene siete años. Ya sabes lo mal que está el tema de la conciliación.
—¿Y su padre?
Le cambió la cara y Paola se dio cuenta que había metido la pata.
—Su padre fue el siguiente al de la furgoneta. No llegamos a casarnos, pero estuvimos casi ocho años juntos. Era compañero.
Murió en un accidente hace justo dos.
Paola se llevó las manos a la cabeza.
—Dios, lo siento. —Rocío la miró con cariño.
—No te preocupes, fue en las fiestas, por eso no es una época fácil para mí. Perseguía a unos locos que habían intentado robar una joyería con el método del alunizaje. Se le fue el coche cerca de uno de los puentes que cruza el río y murió en el acto. Su compañera quedó malherida, aunque sobrevivió —se señaló a sí misma.
—No me jodas.
Rocío afirmó con la cabeza.
—Una casualidad fatal. Nunca coincidíamos en turnos, pero al ser fiestas y al tener varias bajas en la comisaría nos tocó, estábamos los dos aquí cuando dieron el aviso. Me dijo que me quedara, que era mejor que fuera solo. Yo no podía ni debía, necesitaba acción. Murió entre mis brazos, vi sus ojos dejar de brillar, su último aliento, el último mensaje para nuestro hijo. —Levantó la pierna y le enseño una tremenda cicatriz—. No me enteré de que tenía media pierna destrozada hasta que llegaron los compañeros a sacarme. Luego me desmayé. Cuando desperté estaba en shock. Tardé días en volver a la realidad hasta que volví a ver a Xurxo y me acordé de las palabras de su padre.
«Dille que o quero, que Papá Pitufo sempre coidará del».
Paola se dio cuenta que tenía aquel Papá Pitufo entre las manos y lo volvió a dejar donde estaba. A veces las cosas más ínfimas tienen los significados más poderosos.
—Lo siento mucho, Rocío, no tenía ni idea.
—Ya han pasado dos años. Tardé en curarme, pero lo hice. Era un hombre valiente y leal, de los que ya no quedan. Ojalá lo hubieras conocido.
Paola le pasó el brazo por el hombro.
—Lo importante no es lo que dejamos en el camino sino lo que el camino deja en nosotros.
Se abrazaron. Costoya, desde el otro lado, las observaba extrañado. Su jefa no era una mujer tan extrovertida, algo le estaba pasando. No quiso pensar mucho. La vio asomarse hacia donde estaban.
—Costoya, llama a Alba, dile que investigue la Cofradía desde su fundación, quiero saber todo de ellos, los problemas que hayan tenido, todo. Y en una hora llamas al Cofrade Mayor y le dices que espabile con la lista que le pedí, necesitamos empezar a movernos.
—A sus órdenes, jefa. ¿Y vosotras qué, os vais de cañas?
—Sí, con el páter Ignacio. Planazo. —Le guiñó un ojo y salieron. Así era Paola, única para muchas cosas. Demasiadas, solo que esta vez Costoya creía que estaba realmente en peligro.
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